Una mujer viaja a Santiago esperanzada. Al igual que innumerables
bolivianos piensa que en Chile recibirá el mejor y más avanzado tratamiento
para su enfermedad. Un año y medio mas tarde ella muere en La Paz, Bolivia, a
menos de un mes de haber cumplido los 49 años. Sus médicos habían cometido un
error fatal.
En 1993 visito a mi madre en Santiago. Recuerdo una máquina de
radiación, una cicatriz de pecho a espalda, las calles desiertas en la noche,
casetes grabados de la radio. Siento optimismo, a pesar de la tensión, la
opacidad de la ciudad y el estado de alienación.
Hoy vuelvo a Santiago luego de 21 años y traigo conmigo tres mantos
funerarios. Estos objetos de luto son los restos de mi madre, transmutada de
cuerpo a memoria. Mediante ellos denuncio su ausencia y reclamo lo que en esta
ciudad perdí.
Un manto de bronce es armadura, piel descartada, in vacio
resguradado. Un manto de cabello es cuerpo desnudo, mutilado, reconstituido. Un
manto de alambre es dibujo insistente del rigor de la muerte. Ilustra momento
en el que mi padre alza el endurecido cuerpo de mi madre.